La educación secundaria se concibió, desde el plan humanista de 1843 [#!Cruz!#], como la parte del sistema que educa a ``la clase que desde la infancia se destina para formar los gobernantes''. Sus líneas matrices fueron la religión, para formar la voluntad y el carácter; las ciencias abstractas, para desarrollar el pensamiento lógico; y la literatura y el latín para despertar la sensibilidad frente a la belleza.
Derrotada la vertiente productiva de la educación (concebida por Salas) por las ideas de Bello, y las de educación social y política (Henríquez) por la represión de la década de los años 1850, florece la única que queda: la moral, que cuando corre sola se carga naturalmente a lo religioso. No es casualidad que el ``debate educacional'' de los años 1870 no versara sobre cómo la educación contribuye al desarrollo productivo del país, o cómo ayuda a consolidar el tejido social de la nación. No. Es una discusión sobre la influencia que debiera mantener la Iglesia en la educación de aquellos nacidos para gobernar. Para ello, impulsaba la ``libertad'' de enseñanza para lograr acceder a ese ``mercado'' educacional. En 1888 se crearía la Universidad Católica.
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Sin embargo, la elite veía con preocupación los resultados de su modelo: falta de profesionales y empleados calificados para sus empresas y negocios. Laicos y católicos no tuvieron problemas esta vez para acordar una reforma. La nueva Ley de 1879 separó en dos la enseñanza secundaria: liceos preparatorios para la universidad; escuelas técnicas para formar personal para cargos públicos y para las empresas e industrias en general. Concedió a la Universidad la tuición sobre la educación media y superior, y dejó abandonada la primaria y técnica. Como escribe la profesora Amanda Labarca, esta ley ``acentuó el carácter aristocrático de la segunda enseñanza y la alejó de la escuela primaria común: la fundación de cursos elementales preparatorios a la iniciación de humanidades.''[#!Labarca!#]
Es importante recalcar que las grandes discusiones sobre educación (así, sin apellidos) en el siglo XIX tienen en mente a la educación de la elite. Valentín Letelier, que es quien elabora con más coherencia sobre educación en torno a 1900, la conceptualiza con elegancia:
``Sea espontánea, sea sistemática, la educación, no persigue en el fondo otra cosa que dotar al educando de modos de obrar, de pensar y de creer; de gustos, tendencias, aptitudes y criterios que convirtiéndose en hábitos suyos, constituyan su modo de ser, le vigoricen para ejercitar con provecho su actividad, le adiestren para desempeñar con acierto sus funciones, le habiliten para vencer en las luchas por la vida.''[#!Letelier!#]Es importante entender que Letelier está pensando en un humano ideal. En el Chile de la época, ``las luchas por la vida'' de un gañán o obrero diferían bastante de las de alguien acomodado. La discusión sobre educación universitaria era una discusión de gente refinada.
Antiguamente, a una persona le bastaban ``valores y voluntad'' para dirigir una hacienda, un gran comercio, una empresa. Los tiempos cambian y a finales del siglo XIX ya se necesitaban profesionales especializados: economistas, ingenieros, agrónomos, etc. La universidad de Bello era esencialmente ``académica'', es decir, formaba ``espíritus'' dedicados al conocimiento, no preparaba profesionales para lidiar con la realidad.
La reforma universitaria de 1879 apuntaba a resolver en parte este problema, reorientando la universidad a formar especialistas para dirigir el país y la producción (ingenieros, agrónomos, médicos, economistas, etc.) Pero la tradición pudo más, y la universidad mantuvo en la práctica su centro academicista, donde andaba bastante bien, descuidando de paso su labor de fiscalizadora de la educación de los pobres. La educación secundaria de elite, debida al gran impulso generado por el Instituto Pedagógico, tampoco andaba mal. Así el profesor Luis Galdames se quejaba en 1912:
``Es interesante el hecho que nuestra Universidad, que es una institución del Estado, en quien reside constitucionalmente la Superintendencia de la educación pública, no se haya esforzado nunca de manera visible, por tomar su puesto, colocando bajo su juridiscción la instrucción primaria y la técnica, ya sea comercial, agrícola o industrial. Se ha conformado con la secundaria de hombres -porque la de mujeres no la tiene tampoco- y con la superior profesional. Esta actitud despectiva sólo puede explicarse por su orientación humanista y científica, que la induce a mantenerse alejada de los grandes problemas económicos y sociales que afectan vitalmente al país.''[#!Galdames!#]