Con las ideas de Bello dominando, es muy entendible que la educación primaria (también llamada en la época conservadora ``popular''5) haya quedado en un escandaloso abandono durante todo el siglo XIX: sin presupuesto, sin infraestructura, sin profesores.
Hubo, sin embargo, ideas alternativas. Domingo F. Sarmiento (apoyado por Manuel Montt) intentó impulsar la ``educación popular''. El problema que motiva a Sarmiento es cómo hacer progresar a las sociedades americanas, que recién se estaban organizando como repúblicas, que arrastraban el legado colonial y la ``carga'' de barbarie que significaban, según él, los habitantes originarios. Por ello su obsesión es cómo moralizar a los habitantes y cómo instruirlos en el trabajo.6
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Sarmiento tiene en mente el modelo norteamericano, de productores iguales, de oportunidades iguales. Entiende perfectamente que sin una educación primaria generalizada estas sociedades americanas no progresarán. Pero en Chile se enfrenta con poderosos enemigos de esa idea democrática: la oligarquía que ve con horror que sus empleados e inquilinos puedan educarse y dejarlos; y la Iglesia Católica que ve que mentes ilustradas abandonarán pronto sus dogmas y luego debilitarán su poder. Ambos formarán indisoluble asociación hasta hoy día.
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En efecto, la educación primaria permaneció abandonada hasta muy tarde. El logro de la educación plena para el pueblo tendrá un difícil camino. En 1860 se aprueba la ``ley de instrucción primaria'', que consolida la segregación de la educación primaria del resto del sistema educacional, da completa libertad a los colegios particulares (para asegurarla para quienes pueden pagarla), y considera ``coercitiva y odiosa'' su obligatoriedad. Una declaración explícita de desinterés.
Por otro lado, recién a comienzos de 1883 se reconoce el rol de los profesores en este proceso. Ese año se aprueba una legislación para la educación primaria y normal que entrega recursos económicos para construir nuevas escuelas y para formar maestros. El argumento decisivo no será el productivo que sostenía Sarmiento, sino uno ``social'': el necesario impulso a la educación popular como pegamento de la nacionalidad, particularmente después de la incorporación de los territorios del norte y de la Araucanía. Como lo planteaba José Abelardo Núñez, uno de los pioneros de las escuelas normales, su aspiración es ``levantar la condición moral y social del pueblo'', labor en la que el maestro es ``el agente más eficaz''.[#!NunezAbelardo!#]
Sin embargo, los esfuerzos de los maestros eran infructuosos ante la falta de recursos y de voluntad de los gobiernos. Darío Salas, el cerebro de la educación primaria obligatoria, se lamentaba en 1917: ``¡Un millón y seiscientos mil analfabetos mayores de seis años! [...] Las bestias son más felices que nuestros niños analfabetos: no pueden envilecerse ... no necesitan educarse para vivir su vida''. Y remata: ``Una democracia ignorante es una democracia falsificada''.[#!DarioSalas!#]
No muy diferente era la situación de la educación técnica. Este pilar del ideario educacional de los patriotas de 1810 fue dirigidamente eliminado (ver recuadro). Durante el auge de la revolución industrial, ``nada importan los progresos de la industria'' para la elite chilena. Sólo una ligera preocupación por formar algunos artesanos y capataces de fundos, en pobres y escasas escuelas de oficios y de agricultura.
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Es interesante observar el choque cultural que enfrenta en 1849 el ingeniero Julio Jariez, traído de Francia para dirigir la recientemente creada Escuela de Artes y Oficios. Jariez no sólo debe convencer a los académicos locales que ``la producción por medio de las máquinas hace bajar notablemente el precio de las mercancía''. Además, debe advertir a los gobernantes locales, atemorizados y dudosos de educar a los artesanos que comenzaban a mostrar independencia política, de que están ante un proceso sin vuelta atrás. ``El peligro para las sociedades reside mucho más, en la ignorancia que en el saber'' les indica, y que el efecto colateral que tiene educar respecto de la política no podría evitarse completamente si es que se quiere hacer progresar la sociedad.[#!Jariez!#]
Lo que Jariez no podía imaginar, es que los dueños de Chile preferirían sacrificar el desarrollo industrial del país al orden hacendal y sus privilegios. Es así como la la Escuela de Artes y Oficios llevará una vida lánguida, tendrá un fuerte sesgo asistencial, estará dirigida a los ``pobres'', y no tendrá ligazón de continuidad alguna con las ingenierías universitarias (ver recuadro).
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Lo mismo ocurrirá con las escuelas agrícolas. Otro agudo observador europeo, Claudio Gay, señalaba que ``aún cuando los conocimientos prácticos fuesen extremadamente necesarios a un hacendado, no podría contarse con que sus hijos adoptasen con gusto el traje de los campesinos y manejasen la azada y el arado''. Es así como fue necesario replantear la escuela para enfocarla en ``educar a los hijos de los pobres artesanos o labradores, con el fin de hacerlos buenos administradores y excelentes directores de cultivo''.[#!Gay!#]