Dicen los achaches que don Willi, como era extranjero, no supo interpretar a la Pachamama - advirtió Puca. Miraba ahora como si alguna velada amenaza pendiera sobre su cabeza-. Un oasis descansa en el equilibrio más delicado que existe. [...] No debimos haber aceptado que un afuerino pusiera sus manos sobre algo que manejamos hace miles de años.
Susana Tamaro -- Para una voz sola
Tenemos en general poca conciencia de la ingerencia de la informática en el mundo cotidiano, aparte de nuestros tradicionales PCs. Muchas personas creen que no pueden usar la informática, porque no entienden o porque nunca aprendieron a usar un PC.
Sin embargo, los computadores están por todas partes, disfrazados para que no los reconozcamos, pero están ahí: en los edificios inteligentes, los autos, los aviones, los televisores, las lavadoras, las alarmas, etc. Lo vimos para el año 2000: habían muchos más computadores de lo que se pensaba, porque existían los sistemas embebidos, que eran computadores disfrazados, hasta debajo de la alfombra. Estos sistemas son difíciles de encontrar y aun más difíciles de modificar, así que un error (como el del año 2000) era prácticamente imposible de corregir. En ese caso, nos salvamos gracias a las pilas: como no hay fuentes de energía permanentes, mantener la fecha correcta era imposible de garantizar en la práctica. Por ello, todos estos sistemas funcionaban aunque la fecha fuese errónea o incoherente.
La informática nos ha invadido y conquistado. Cuando presionamos el botón de llamado de un ascensor, el tiempo que tendremos que esperar depende de un algoritmo de despacho. Si está mal codificado el resultado es desastroso. La inyección del auto y su consumo de combustible, depende de un algoritmo. Incluso nuestra cuenta en el banco, nuestro cheque de fin de mes, nuestra declaración de impuestos. Había un anarquista que decía: "ya nadie es inocente" (mientras accionaba la bomba en el café). Hoy podríamos decir: "ya no queda nadie que no use la informática".
Hace poco tiempo, hemos descubierto que el tiempo que demoramos en desplazarnos en Santiago depende de un algoritmo de control de semáforos que, hasta ese día, nadie sabía que realmente existía. De hecho, es sorprendente lo bien que funciona, dado el caos que quedó sin él. Aunque siempre existe la posibilidad que el algoritmo no sea bueno, y que sean las personas las que se han adaptado a él para sacarle el mejor provecho posible.
Me asusta la dependencia que vamos teniendo en tanto software escrito por tantas manos. El hardware me asusta menos: falla en formas más predecibles. El software, a pesar de todos los procesos de calidad y estándares, sigue siendo obra de un artista programador. Un creador con un super-ego, "nerdo", solitario e incapaz de comunicarse con los seres humanos "normales". ¿Le confiaría usted su vida a un tipo así?
Creo que, en la comunidad informática, debemos tomar más en serio nuestra responsabilidad: de nuestros programas dependen cada vez más vidas humanas. Por mucho que sean admirables nuestras capacidades de programación rápida y eficiente, hagamos el testing necesario: seamos acuciosos en las pruebas de carga y de estabilidad. Diseñemos con cuidado antes de programar. Pensemos bien lo que vamos a hacer: el pensar es parte del trabajo, no es perder el tiempo, como creen mis alumnos.
No quiero sentirme culpable el día que alguien muera mientras su casa le ofrece una pantalla azul con un mensaje de error y pidiendo rebootear.