Hace unos días, Sebastián Edwards publicó una columna de opinión postulando que Chile debería tener una universidad dentro de las mejores 200 del mundo al menos. Esto se puede leer de dos formas: como que Chile debiera ponerse como meta y desafío el lograrlo (y focalizar recursos para ello) y como que es un pecado el que no lo haya logrado aun. El tono del artículo tendía a inducir lo segundo, mencionando que teníamos tenistas top 10 y hasta en el fútbol éramos mejores que en la educación superior.
Existen dos rankings de universidades publicados actualmente en base a criterios distintos, realizados el 2004: uno lista las 500 mejores universidades (realizado por la Universidad de Shanghai Jiao Tong, China) y el otro las 200 mejores (realizado por The Times Higher, en Inglaterra). La única universidad chilena que figura en alguno de estos rankings es la Universidad de Chile, en la posición 363 de las 500 mejores.
¿Es para llorar? ¿Debemos resignarnos? Mi impresión es que no estamos nada de mal. Aun siendo muy cuestionables en sus metodologías, estos rankings sirven para ordenar un poco el sistema y creo que aportan resultados bastante válidos. La posición exacta en el ranking está sujeta a mucho error: École Polytechnique de Paris, donde yo hice mi doctorado así que la busqué primero, figura 208 en las 500 mejores y figura 27 en las 200 mejores. Pero casi todas las que figuran en las 200 mejores están en el otro listado. Estuve mirando las universidades que están cerca de la Universidad de Chile y la mayoría efectivamente son parecidas a nosotros. Si uno mira las 200 mejores, resulta realmente impensable hoy figurar en esa lista.
Creo que es un honor estar entre las 500 mejores universidades del mundo. En esa lista está la UNAM de México primero (es la única latinoamericana que figura también entre las 200 primeras), 4 universidades en Brasil y una en Argentina.
Ahora bien, es cierto que podemos hacerlo mejor. Si el país toma como desafío el tener universidades de primer nivel, focaliza recursos para eso y trabajamos unos 10 años seriamente, tal vez sea posible el sueño de estar en estas listas y tener unas 2 o 3 universidades entre las 500 mejores y una entre las 200 mejores. Parece un lindo desafío.
Sin embargo, parece un escenario poco probable: después que la dictadura hiciera grandes esfuerzos por desarmar las universidades nacionales (por revoltosas), vino la democracia que no ha querido nunca enfrentar en serio el tema de la educación superior ni de la investigación tecnológica. A pesar de todo esto, resulta sorprendente que algunas universidades hayan logrado crecer y desarrollarse, lo que habla muy bien de la calidad y esfuerzo del cuerpo académico por defender la excelencia a toda costa.
Todos saben y dicen que los fondos disponibles en Chile para la investigación (uno de los indicadores más importantes en estos rankings) son ridículos tanto como porcentaje del PGB como per capita. También es cuestionable el cómo son asignados y distribuidos hoy dentro del sistema: la ciencia pura se lleva la enorme mayoría de los escasos fondos disponibles. Por otro lado, los indicadores utilizados para evaluar la actividad científica están bastante equivocados: miden papers per capita cuando estos rankings se concentran en citas per capita.
Un cambio es posible, pero requiere una estrategia y una voluntad política que dudo mucho que alguno de nuestros candidatos sea capaz de liderar.