La controversia sobre la muerte de Terri Schiavo es solo el comienzo. La tecnología no deja de evolucionar, permitiendo que empujemos la frontera de la muerte cada vez más allá, resucitando muertos y manteniendo vivos a seres humanos que más parecen plantas. No parece absurdo esperar que en poco tiempo más la muerte será opcional.
Esto es algo para lo que no estamos preparados: fuimos diseñados para vivir, para evitar la muerte a toda costa, pero sabiéndonos condenados a fallar. Nuestra elección se limitaba al dominio de la vida, pero cuando la muerte llegaba a nuestra puerta, no era posible negarle la entrada. Tal vez por eso nuestra moral tradicional nos obliga a defender la vida contra todo, incluso contra la gente que quiere morir. Elegir nuestra muerte nunca ha sido nuestro derecho, porque nos preocupaba más nuestro derecho a la vida. Pero ¿cual vida? ¿qué es vivir? No me parece aceptable que un corazón que late sea equivalente a estar vivo. Hay tanto más allá afuera...
La ciencia hoy nos está llevando a tener un poder desconocido y absurdo, que no sabemos manejar: ¿debemos mantenernos vivos a toda costa, o será mejor dejarnos morir? Tal vez en un futuro no tan lejano, la muerte formará parte de nuestros derechos humanos: el derecho a una muerte digna.
Difícilmente podremos evitar envejecer y morir. Por lo menos no en el futuro cercano. Pero parece que lograremos alargar la fase final por un tiempo ridículamente largo. Nuestra moral aprendida por siglos nos llama a preservar la vida a toda costa, cueste lo que cueste. Sin embargo, la realidad parece indicar que ya no podremos aplicarla al pie de la letra. Es obvio que llega un momento en que la muerte es preferible, y mucho más barata. Pero, ¿cómo un familiar puede tomar esa decisión?
Por otro lado, los médicos y el sistema de salud tienen intereses creados y una moral aprendida de mantener la vida a ultranza, así que tampoco sirven para decidir. Y el paciente, transformado en una piltrafa humana, ya no puede opinar. En tanto casos nos encontramos con familias arruinadas emocionalmente y económicamente, tan solo por mantener a la fuerza un corazón que lo único que quiere es descansar.
Esta situación, que era excepcional, puede transformarse en la regla, a medida que los sistemas de soporte vital artificiales se vuelven más y más sofisticados. Deberemos ir diseñando una nueva moral que considere reglas para enfrentar esta situación, de modo de ayudarnos a decidir.
La ciencia nos traerá muchos de estos dilemas en el futuro: ¿es bueno decidir el sexo de nuestro hijo antes de crearlo? ¿y su coeficiente intelectual? ¿será bueno clonar células nuestras y guardarlas de repuesto? ¿qué haremos con los embriones congelados que nadie reclama?
Creo que lo peor es cerrarse a este debate y aferrarnos a criterios que ya no son aplicables, como que la vida es un bien supremo que debemos defender sin consideraciones de ningún tipo o que la religión dice que no debemos jugar a ser Dios. La medicina siempre ha jugado a ser un pequeño dios, y el problema es que se está volviendo cada vez más poderoso. El caso de Terri da miedo, porque terminó muriendo de hambre, probablemente sufriendo, cuando resultaba mucho más razonable haberla ayudado a morir mejor si eso era lo que se buscaba. El eludir el debate de fondo termina causando mucho más dolor.
Tomando el caso de Juan Pablo II, ¿no debieron haberlo obligado a ir a un hospital en sus últimos días? Tal vez hubiesen logrado mantenerlo vivo por años. ¿Quién toma esa decisión?
Por mi parte, les dejo en claro de inmediato que prefiero una muerte digna. Lo que me preocupa más es quién tendrá que tomar esa decisión y el dolor que causará. Si la sociedad no enfrenta este debate y genera una nueva moral, todos seguiremos sufriendo el jugar un rol para el que no estamos preparados.