Desde hace un par de años, una guerra fría se ha venido peleando entre los canales de TV, el gobierno y los medios de comunicación en general. Se trata de la norma que adoptará Chile para la televisión digital, que debiera haberse definido durante el 2007, que parece que será postergada aun más, pero cuya decisión es inminente.
Fuera de los aspectos técnicos, es interesante mirar un poco más los intereses que hay detrás y las razones que llevan a generar tanta presión al gobierno. Un sector de presión esperable son los países que respaldan una u otra norma, en este caso Europa, Estados Unidos y Japón. Menos esperable resultan los canales de televisión que, en teoría, debieran ser independientes de una norma técnica. Sin embargo, en este caso, son los más entusiastas promotores de la norma de Estados Unidos y han generado una enorme presión para que el gobierno no adopte otra norma. ¿Qué impacto tendrá la TV digital en los canales y en el público en general?
El problema de fondo es que la televisión digital no es simplemente otro formato para transmitir lo mismo y cambiar simplemente la calidad de la imagen. En los años ochenta, hubo varios intentos por introducir una televisión de alta definición que nunca prendió en el mercado, porque la gente no tenía ningún interés en ver los mismos programas de siempre. Un periodista francés comentaba en esa época que la televisión de alta definición estaba condenada al fracaso porque los fabricantes actuaban como si "el problema de la televisión fuera la calidad de la imagen".
Al igual que en muchas otras áreas, la digitalización amenaza el centro del negocio de la televisión: la concentración en unos pocos canales abiertos de todo el poder de la comunicación y la publicidad. Hoy las barreras de entrada para un nuevo canal de televisión abierta son enormes, y la publicidad masiva se concentra en los pocos canales existentes.
El cambio tecnológico que trae consigo la televisión digital permite repensar completamente este escenario, y levantar canales abiertos locales, regionales, religiosos, políticos o culturales. Transmitir con estas tecnologías es simple y barato, con barreras de entrada muy bajas. Esto permite al consumidor tener una variedad mucho más atractiva en la oferta de contenidos, pero genera una competencia por publicidad mucho mayor y más compleja. Nuestros canales tradicionales están aterrados frente a este nuevo escenario, porque los presupuestos millonarios que manejan hoy podrían repartirse entre muchos más actores y ellos argumentan que, con menos dinero, tendrán que bajar la calidad.
La verdad es que, mirando la calidad de la oferta televisiva actual, resulta difícil imaginar un futuro mucho peor.
Por otro lado, la tecnología nos va permitiendo, poco a poco, personalizar la oferta de contenidos cada vez más. No resulta absurdo pensar en el futuro en tener un canal de televisión personal, donde el contenido se adapta a mis gustos y estados de ánimo como hacen las radios de Internet (ver http://last.fm). El tiempo de los grandes medios de comunicación, que controlan nuestros pensamientos y opiniones, que definen lo que queremos y no queremos ver y comprar, está terminando. Es hora de adaptarse y aprender a vivir en la angustia que nos provoca la diversidad y la libertad de generar nuestras propias opciones.