El mundo en la punta de un dedo




José M. Piquer
Profesor Asociado, Depto Ciencias de la Computación Universidad de Chile


En 1992, me tocó asistir a la charla de un profesor de la Universidad de Stanford, en que nos hablaba del futuro y del rol que las universidades y la investigación debían jugar en el mundo. Algo que me impactó en su charla fue que dijo que en unos 20 años más íbamos a tener notebooks con giga-bytes de memoria y tera-bytes de disco. En esos años, los notebooks casi no existían (mi primer notebook lo tuve en 1994 y nunca más pude vivir sin uno) y tenían un par de mega-bytes de memoria y una cincuentena de mega-bytes en disco.

Para los menos expertos: kilo-mega-giga-tera se refieren a mil veces el anterior. O sea, un tera-byte es mil giga-bytes y es un millón de mega-bytes y es mil millones de kilo-bytes y es un millón de millones de bytes. ¿Ya se perdieron? Como esta vorágine no para, más vale conocer los prefijos para lo que viene: después de tera, tenemos peta-bytes, exa-bytes, zetta-bytes y yotta-bytes. A esta velocidad, algunos de ellos serán términos usuales en 20 años más.

Como ya estamos cerca del 2012, vale la pena revisar si la previsión de mi charla está cerca de cumplirse. Tener un giga-byte de memoria hoy es estándar en un notebook nuevo. Pero el disco tiene "solamente" unos 300 Giga-bytes. Aunque todavía falta para el Tera-byte, claramente no era absurda la predicción.

Lo que ninguno de nosotros jamás imaginó (incluido el charlista) es que íbamos a tener pendrives de 8 Gigabytes, toca mp3 más pequeños que el conector de los audífonos y capacidad de ver videos en dispositivos del tamaño de un par de dedos.

¿Hasta donde puede llegar la tecnología de miniaturización y almacenamiento? Obviamente estos procesos tienen límites físicos que en algún momento nos pasan la cuenta y la evolución comienza a volverse cada vez más lenta. La capacidad de procesamiento de los computadores sufrió un fenómeno parecido: después de muchos años, parecemos estar llegando al límite de lo que somos capaces de fabricar.

En capacidad de almacenamiento, sin embargo, parece quedar mucho camino por recorrer. Las tecnologías van cambiando, y muchas nuevas formas de almacenar datos se están explorando. Cada vez más nos veremos enfrentados al drama de tener montañas de datos guardados en decenas de dispositivos y nunca recordar dónde fue que dejamos esa foto que tanto añoramos. O al espanto de perder la tesis escrita por años y que guardábamos en un disco duro que murió y cuya única copia la teníamos en el pendrive que, acabamos de darnos cuenta, ya no funciona. Como administrar esta memoria infinita, que se asemeja a la biblioteca de Borges, es un problema que aún no sabemos resolver. Buscar, ordenar, copiar y mantener esta memoria se vuelve un trabajo de tiempo completo.

Nuestros hijos, entrenados de nacimiento en este universo digital de infinita capacidad, aprenderán a manejarse en él de la misma forma que nuestros padres sabían mantener archivadores tamaño oficio donde encontraban todo lo que se necesitaba en forma casi inmediata. Yo, como víctima de una generación experta en ser el jamón del sandwich, me siento perdido en ambos mundos: en una oficina sepultada de papeles que nunca más encontraré y en mi propio notebook, donde sé que escribí un artículo parecido a este algunos años atrás, pero ¿dónde?





Jose M. Piquer 2008-01-17