Lo que importa no es lo que la sociedad ha hecho de nosotros, sino lo que nosotros hacemos con lo que somos. -- Jean-Paul Sartre
El Ministerio de Educación ha anunciado que los colegios de todo el país tendrán acceso a Internet (gracias a un convenio con CTC). Por otro lado, el programa MECE del Ministerio viene conectando hace muchos años a los colegios en una red ad-hoc, con conectividad vía correo electrónico a Internet. Estos hechos debieran a esta altura apuntar a que existe suficiente experiencia en Chile para hacer este tipo de proyectos en buena forma.
Desgraciadamente, no estoy convencido de ello.
Es obvio que el impacto potencial de exponer a niños pequeños a la computación, a Internet y al arte de la programación es enorme. Con la capacidad enervante de aprendizaje que tienen los niños, que típicamente desespera a sus padres y a sus profesores, y con la motivación natural que tienen hacia la tecnología, mientras más temprana sea su acceso a estos conceptos, más naturalmente los absorberán.
El problema es que, justamente, ni los padres ni los profesores tienen hoy la capacidad de enseñarles nada respecto a esto. Habiendo sido enfrentados con la computación demasiado tarde, su aproximación a la informática es errónea. Por ello, los colegios tienden a encerrar a sus alumnos en una base de enseñanza computacional con muy poco alcance, manteniéndolos en un corral acotado a procesadores de texto, a uso de herramientas de oficina, enciclopedias o softwares educativos. El sólo hecho de conectarlos a Internet ya se considera demasiado libre, e incluso se venden soluciones de software para implementar corrales que limiten su libertad de indagación (que, al igual que los corrales físicos, sólo sirven para entrenar a los niños en cómo escaparse de ellos). La mayor parte del tiempo, estas restricciones obedecen a un complejo de Edipo inverso. Había una teoría sicológica que decía que el complejo de Edipo era en realidad producto del padre, quien temía permanentemente que el hijo lo superara.
Yo siento que en un corral de software no se puede crecer. Para no hacer que los adultos sean una limitante en la capacidad de aprendizaje de los niños, debemos buscar métodos mucho más flexibles y espacios de creación en informática. En eso, siento que la clave está en que los niños programen. El arte de la programación es una ventana a la creatividad y a la mente matemática que no tiene igual. En vez de mostrar ambientes de oficina o softwares limitados, yo les daría un ambiente abierto de desarrollo de software. En ese sentido, la propuesta de UNESCO de instalar en los colegios software de dominio público me pareció increíblemente cuerda y revolucionaria. Basados en plataformas Linux, buscan dejar a los colegios conectados a Internet y por lo tanto, a la mejor red de soporte internacional existente hoy. Todo el software que utilicen tendrá su código fuente disponible para ser recompilado y modificado. Toda la comunidad académica y de estudiantes de informática de todo el mundo está a su disposición para generar nuevas versiones. Las universidades locales pueden generar grupos de apoyo de estudiantes motivados que quieran interactuar con los niños más avanzandos.
Los profesores pueden funcionar como monitores locales, los alumnos pueden formar grupos de administradores que mantengan las máquinas al día y funcionando y el soporte avanzado lo pueden conseguir a través de la red. Se olvidan de las licencias, de tener que cambiar el computador todos los años para poder correr el último release del monstruo y se les da toda la flexibilidad para conectar hardware y software de cualquier tipo y de cualquier parte. Teniendo conectividad a Internet gratuita, los colegios pueden comenzar a ser proveedores de contenido, desarrollar páginas web de los estudiantes, instalar servidores propios. Usen Linux, y tendrán software de mejor calidad, gratuito y con documentación y código fuente al día.
¿Utopía? Por lo menos, es la única propuesta entusiasmante que he escuchado en los últimos tiempos.