- Y hay una cosa que debes saber: los dirigentes del partido y la Jota no
salen a combatir cuando tú lo deseas. ¿Te crees el corneta de la tropa, tú,
que no has tirado un chícharo al aire?
- Nadie imploró que nos contaran una mentira.
- Los pueblos necesitan sus zares, generales y líderes, mi amigo.
- ¿Y por qué nos engañaron?
- ¿Pero en nombre de quién hablas tú? - preguntó enfurecido -.
¿Quién eres tú para poner en tela de juicio la política del partido
de la clase obrera?
- Puede que nadie. Hablo apenas en mi propio nombre - repliqué con un nudo
en la garganta y salí del subterráneo y me eché a andar por las calles de
El Vedado.
- Nuestros Años Verde Olivo, Roberto Ampuero
No hay nada más difícil de entender que a un ser humano. Tal vez por la profesión nuestra, acostumbrados a lidiar con máquinas que obedecen a todas las instrucciones que les damos (por más estúpidas que sean), y donde los únicos errores son realmente de los programas, lo que los hace predecibles, repetibles y corregibles, resulta difícil enfrentar los problemas humanos.
Podemos escuchar las versiones de los conflictos, entender lo que dicen, corregir todo lo que parece erróneo y descubrir al final que el problema era otro, un efecto lateral que no tenía ninguna relación visible con el conflicto, algo que nadie había visto ni percibido, pero que era la verdadera causa. Desde algo trivial como un ruido molesto, un conflicto de química entre dos personas, un hijo enfermo o presión acumulada por años, la causa resulta evasiva, confusa y nunca dicha con su propio nombre.
Me parece bastante claro a esta altura que la racionalidad en el ser humano viene después de la emoción. Es decir, la razón solo nos sirve para inventar explicaciones a lo que la emoción nos hizo hacer. Y muchas veces miente.
Como un niño que se siente mal y llora pero no es capaz de explicar lo que tiene, un humano se comporta igual frente a los conflictos. Como el padre angustiado que busca la causa del llanto a tientas, el líder de la organización busca entender para poder resolver. A muchos de nosotros nos está tocando asumir esos roles de liderazgo a diversos niveles de las organizaciones donde funcionamos, y nos toca enfrentar la complejidad del tejido humano, que finalmente es el que le da la forma, la fortaleza y la debilidad al sistema completo.
Uno puede leer tratados interminables de administración, recoger miles de teorías organizacionales y filosóficas sobre la naturaleza humana. Al terminar cualquiera de esos libros, uno queda con la sensación de haber aprendido, de haber entendido. Sin embargo, al día siguiente la teoría se desmorona, se vuelve nebulosa y pronto es reemplazada por un nuevo libro. Algo muy parecido ocurre con el aprendizaje de ser padre, como criar a los hijos, como alimentarlos, etc.
Siempre siento que, al final, esas teorías son mentira desde el comienzo. Escribir un libro racional y bien documentado sobre la irracionalidad de las cosas. Explicar científicamente que el método científico no funciona. Dar recetas precisas sobre cómo no tener recetas. Hacer un partido apolítico. Todas esas brujerías se parecen, y sus verdaderos objetivos no son resolver los problemas que dicen resolver.
Las respuestas a cómo ejercer bien el liderazgo en los grupos, cómo mejorar las relaciones y superar los conflictos me temo que no están en ningún libro y no son generales ni racionales. Cada uno de nosotros tiene su forma de enfrentar los problemas. Algunos son mejores que otros en estos roles, pero todos podemos hacerlo (tal como todos logramos generar hijos más o menos felices). Lo peor es seguir un manual, forzarse a ser como uno no es. Lo lógico parece ser dejarse guiar por sus instintos, seguir más las corazonadas que las razones. Escuchar menos las complejas interpretaciones racionales de cada uno y formarse una opinión intuitiva de las soluciones viables.
Creo que lo más importante es aprender a aceptar que el ser humano no es racional. Por ello, es mucho más importante un cariño de vez en cuando que el sueldo al fin de mes. Pero un cariño de verdad, sentido y real. Lo peor es instaurar que todos los días 15 nos abrazamos a las 12:00, ¡porque se ha descubierto que los abrazos suben la moral de los mamíferos!
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