Chile, el Ratón Tecnológico




José M. Piquer

Quizás yo habría deseado para él una vida mejor. Mejor no es tampoco la palabra. Que su vida hubiera tenido una pasión vitalizadora, un odio estimulante, qué sé yo, algo que le hubiera puesto en los ojos ese mínimo de energía que parece indispensable para sentirse poseedor de una rebanada de verdad.

- Mario Benedetti, Los Novios


Cuando se analiza el desarrollo tecnológico de Chile, siempre partimos de la base que el resultado será malo, y las evaluaciones internacionales del país siempre concuerdan en ese punto. Sin pensar aun en desarrollo propio, la incorporación de nuevas tecnologías en nuestros procesos cotidianos es lenta y difícil. Para todos nosotros, los informáticos, resulta un punto obvio, porque todos nos hemos enfrentado a la resistencia de nuestras organizaciones a incorporar nuestras recomendaciones: el gerente siempre piensa que hay otros lugares más importantes donde invertir (marketing, típicamente) y que la plataforma tecnológica todavía funciona así que para qué la vamos a cambiar. De hecho, si no fuera por el año 2000, todavía funcionaríamos con software en Cobol y archivos indexados.

De alguna forma, la cultura nacional es adversa a la tecnología. Tal vez es simplemente adversa al cambio, al riesgo, a la innovación. Tal vez es simplemente adversa a la vida. Escuchaba en la televisión a gente que se quejaba de la nueva tarjeta de prepago del Metro. Lo más interesante eran los argumentos, que no iban a el dinero en sí, sino que mostraban una clásica oposición al cambio. También recuerdo las micros con letrero de cobrador humano y temas más humanos como lo difícil que ha sido algo tan simple como una ley de divorcio.

En las leyes también se aprecia nuestra cultura: no sé si existe algún otro país del mundo donde la ley escrita posea tanta fuerza. En Chile, tendemos a creer que nuestro comportamiento cotidiano depende de la legislación vigente. Si sacamos una ley de divorcio, los matrimonios no van a durar (como si ahora duraran). Si sacamos una ley de firma electrónica, Internet se va a usar para todo. Si sacamos una ley de pedofilia, vamos a atrapar a Paul Schaeffer. A pesar que la realidad nos muestra sistemáticamente lo contrario, Chile cree que la vida obedece a la legislación vigente.

Alguna vez leí que Chile siempre ha estado a punto de lograrlo, es un país en el límite entre el desarrollo y el sub-desarrollo. Y su historia es una iteración permanente entre el éxito y el fracaso: cuando vamos bien, creciendo y liderando, y somos los favoritos para lograrlo, es ahí cuando fallamos. Algo así como la selección chilena de fútbol, o el chino Ríos cuando llegó a ser el primero del mundo. Este es un mundo en cambio permanente, donde nada es seguro, donde los negocios tradicionales y confiables ya no existen, donde no sabremos nunca más si hay que vender o comprar dólares. Para dar el último paso, debemos aprender a disfrutarlo, a aprovechar los riesgos, a buscar las innovaciones, a incorporar tecnologías revolucionarias.

La depresión imperante en los chilenos me parece principalmente venir de la angustia de no saber lo que va a pasar. Como si alguna vez lo hubiésemos sabido. Me gustaría ver más iniciativas, más esfuerzo, más cambios. Aprovechar las oportunidades que la crisis internacional nos brinda. Para eso, debemos convencer al país (jóvenes incluidos) que la vida requiere de nosotros un mínimo de energía para arrancarle una rebanada de verdad. Finalmente, esta vida nuestra es la única oportunidad que tenemos y, afortunadamente, la realidad no sabe de legislaciones vigentes.





Jose M. Piquer 2003-02-27