Cultura y Ciencia




José M. Piquer

El viejo siempre fue un sujeto sensible, [...], todo lo culto que puede ser un casi ingeniero (que no es demasiado, pero siempre un poquito más que un ingeniero). Siempre ha sido muy buen lector, le gustan la pintura y la música, y por suerte no cree, como algunos de sus casi colegas, que la vida es un logaritmo.

- Mario Benedetti, La Vecina Orilla


El estereotipo habitual del ingeniero y del científico es siempre de un frío calculador o un nerdo inventor loco. Pocas veces se asocia a esa imagen la de un ser humano, la de un ser sensible, que aprecie la vida, y la cultura. Por alguna razón, ciencia y cultura parecen oponerse desde que elegimos nuestra carrera, desde que optamos por la ciencia o las humanidades.

Sin embargo, la realidad no es así. La mejor de las alternativas es mezclar ambas sensibilidades en una: la ciencia está llena de emociones y de perspectivas artísticas. El arte y la vida están llenas de ecuaciones y de formas matemáticas. He conocido muchos de esas personas que están entre ambas visiones y tengo la impresión que son los mejores profesionales.

Tal vez resulta un error hacernos optar de tan pequeños por las ciencias o las humanidades: parece que optáramos por ser científicos o humanos. La vida profesional nos lleva por extraños desafíos y trabajos que nos exigen compromiso y esfuerzo y, en el extremo, tienden a hacernos olvidar las cosas importantes de la vida: la familia, la pasión, las utopías. De tanto trabajar y concentrarnos en nuestra profesión, olvidamos que somos humanos y podemos encontrarnos 30 años después, frustrados aunque profesionalmente muy exitosos.

Sea lo que sea y esté donde esté, el espíritu necesita alimento, al igual que el cuerpo. Ese alimento está compuesto por emociones, por pasiones, por sentimientos profundos. Desde una lágrima derramada en el secreto espacio de un cine hasta una risa de emoción en un párrafo particularmente exacto leído en el metro. Espacios que debemos buscar, preservar, mantener. O nos vamos secando y frustrando, para terminar preguntándonos, en el fondo, ¿para qué hemos vivido?

Tal vez el principal enemigo de nuestra cultura sea el tiempo. Chile es campeón en dedicarle más horas que nadie al trabajo y, por otro lado, ser extraordinariamente improductivos. El tiempo se nos escapa de las manos, se nos acaba día tras día y, por más horas extras que le dedicamos, seguimos estando atrasados en todas nuestras entregas. ¿Donde podríamos, entonces, encontrar tiempo para la cultura?

Yo creo que ambos problemas van ligados: el apuro, la presión y la falta de espacios para nuestro espíritu atentan contra la innovación, contra la creatividad en sí y, en definitiva, contra la productividad de calidad. Aunque parezca contradictorio, creo que dedicarle menos tiempo al trabajo y más a los espacios interiores de cada uno, genera en forma automática mayor producción y de mejor calidad.

La innovación y la creatividad, tan necesarias en nuestras empresas tecnológicas, no aparecerán entre personas agotadas, presionadas y trabajando horas extras obligatorias para cumplir con una rutina idiotizante. A cambio, una persona iluminada y emocionada, soñando con un mundo mejor, puede ser el que corra el riesgo de proponer e impulsar las nuevas ideas que harán el éxito de nuestro desarrollo.





Jose M. Piquer 2003-03-22