La Muerte de las Bibliotecas

José M. Piquer

Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia brisa de muerto grande y de podrida grandeza.

El Otoño del Patriarca -- Gabriel García Márquez.

A la que un día lo leerá, ya tarde como siempre.

Las Caras de la Medalla -- Julio Cortázar.

Hay pocas instituciones tan ligadas al conocimiento, a la cultura, a la sabiduría y al desarrollo del ser humano como las grandes bibliotecas. Todo centro de investigación se enorgullece de la suya, y gasta enormes sumas de dinero en mantenerlas al día en un mundo cada vez más cambiante y más lleno de publicaciones, cada vez más irrelevantes pero igualmente necesario el tenerlas a mano.

Aunque todos hablan tanto de los negocios y las instituciones que morirán por culpa de Internet, uno tiende a pensar que es posible pero que queda bastante para que ello ocurra. Por eso es sorprendente que algunas cosas impensables de pronto realmente ocurran. Un ejemplo es la muerte de las enciclopedias en papel, como la Enciclopedia Británica que hoy es solo la sombra de lo que era.

Hoy estamos decidiendo en la Universidad algo casi inaceptable pocos años atrás: eliminar nuestras suscripciones a revistas de papel y reemplazarlas por la suscripción electrónica, con acceso completo a búsquedas en línea, versión completa de los trabajos usando Internet desde cualquiera de los computadores de la red de la escuela. En la práctica, descubrimos que ninguno de nuestros profesores iba a buscar artículos a la biblioteca, porque las revistas siempre estaban demasiado atrasadas, que todos los artículos se obtenían desde Internet y que lo que nos faltaba era acceso a las revistas y actas de conferencias que debía pagarse por separado. Todos opinaron que era mucho más útil un acceso vía Internet que el acceso físico a los ejemplares.

Curiosamente, la suscripción electrónica es un poco más cara que la física, pero termina siendo más barata por el correo. A pesar que parece obvio que esto tiene todas las ventajas posibles, me sorprende el tener que tomar una decisión tan radical. Me invade la nostalgia de los libros, del papel, del olor de las bibliotecas. ¿Cómo puede pasar todo esto tan rápido?

Pienso en gigantes edificios vacíos, reemplazados por servidores de bases de datos repartidos por el planeta, ocupando unos pocos centímetros, y en libros que terminarán como los discos de vinilo, en las repisas de los recuerdos.

Aunque el papel no ha muerto, porque todos terminan imprimiendo los artículos en una buena impresora de calidad, los templos sacros que los contienen están al borde de la muerte: ¿Podremos quedarnos sin bibliotecas?

Tal vez estamos cerca de construir esa biblioteca infinita de Borges, donde estaban todos los libros jamás escritos y los por escribir. Con un buen motor de búsqueda y una buena conexión hasta podría ser útil.

¿Y las bibliotecas serán un gran centro de acceso público a Internet? ¿O un viejo museo donde nadie va?





José M. Piquer
Mon Jun 12 22:17:05 CLT 2000