Algo se rompía. Delicadamente, algo se rompía. Una mano invisible trabajaba en mi rostro modelando la máscara definitiva que que habría de encontrar en todos los espejos.
Luis Sepúlveda -- Desencuentros
El anarquista por excelencia, el camarada Bakunin, escribió una vez: ``Si Dios realmente existiera, tendríamos que deshacernos de él". Esa frase me ha acompañado durante toda mi existencia conciente, porque nunca he logrado tragarme ningún tipo de jerarquía, y mi vida ha sido un permanente conflicto con la autoridad. Desde la iglesia, el colegio, la universidad y el estado, los obispos, los profesores, los padres y los jefes siempre me han generado sospechas, desconfianzas y deseos de derrocarlos.
Algunas veces fui exitoso: en el colegio, a mediados de los 70, logramos tener un centro de alumnos luego de una huelga, en la universidad, en los 80, logramos botar a Longueira del centro de alumnos designado, a un decano y a un rector delegados. De algún modo, también boté a Pinochet el 88, aunque ni siquiera pude votar en el plebiscito porque ya estaba en Francia.
Con las vueltas de la vida, a partir de los 90, tuve que aprender algo nuevo: ejercer el poder. Ahora somos la autoridad, nosotros somos los jefes, los directores, los profesores. Incluso me ha tocado percibir algunas miradas sospechosas de parte de mis estudiantes, de los profesores más jóvenes, de los contestatarios, mientras piensan si deberían derrocarme o no.
El Chile que tenemos hoy son los jirones y los harapos que quedaron de nuestras utopías de juventud. Aun así, reconozco en ellos varios valores y sueños que sí se realizaron. A pesar de todo, me siento orgulloso de lo que la democracia ha logrado hacer de este país. Tal vez eso demuestre mejor que nada que ya soy una autoridad.
Dentro de mis fantasmas anti-autoridad figura con gran relevancia el Estado. Nunca he tenido una imagen buena de él: se me figura una burocracia infinita de funcionarios sindicalizados, cuyo único objetivo es conservar su puesto y sus pequeñas prerrogativas de poder, tendiendo rápidamente a una visión nazista del mundo. Por ello, siempre me agradan las políticas que tienden a disminuir el tamaño, el poder y la influencia del Estado.
Curiosamente, a pesar de tantos años de liberalización de la economía y de disminución del poder del Estado, Chile mantiene una visión de rebaño, un temor profundo a la libertad y al riesgo, y una permanente preocupación por lo que le va a decir el jefe de turno. Esto lleva a una contradicción muy actual: la gente espera que el Estado la ayude cuando el Estado ya no tiene casi ningún poder.
Tal como todavía se considera importante lo que un obispo opina sobre el divorcio (algo que es una contradicción en sí), también se considera mucho lo que el gobierno opina en cuanto al desarrollo tecnológico del país. Sin embargo, esto es una ilusión, porque el verdadero desarrollo lo harán las empresas, las personas, los visionarios independientes, y no requieren nada del gobierno ni del Estado (aparte de dejarlos tranquilos) para lograrlo.
Esta ilusión, sin embargo, puede aprovecharse, si el gobierno marca una estrategia clara y un liderazgo fuerte en la incorporación de tecnologías de información y comunicaciones en su propia gestión (en la línea de SII, de la factura electrónica, del registro civil), es muy probable que (como una profecía autocumplida) efectivamente se acelere el desarrollo tecnológico de Chile.
Por otro lado, tal vez ese liderazgo del gobierno realmente exista, y solo sea mi pesadilla anti-autoridad la que no me deja verlo. Por mi parte, me gustaría más que el desarrollo tecnológico de Chile lo liderara la gente, las empresas y las universidades. Pero eso, parece todavía un sueño inconcluso.